Lugones

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Lo que voy a contarles sucedió una tarde mientras jugaba en el patio de casa. Allí mamá tenía muchas plantas y flores de diferentes colores. A veces parecía que el paisaje fuera una pintura hecha con distintas témperas. Allí es donde, después que llegaba de la escuela, tomaba la leche y hacía las tareas; me ponía a jugar un rato a la pelota. Una tarde de la que les hablo sucedió algo extraordinario.

Entre unas plantas de helechos apareció un animalito que yo no conocía. Un tímido y pequeño Lugón apareció entre las hojas de los helechos. Por si no recuerdan haberlos visto, los Lugones son del tamaño de una manzana, tienen cuatro patas, ojos grandes, un pico, orejas de conejo pequeñas, alas y están cubiertos de plumas. Cuando los Lugones están contentos mueven su graciosa colita de tres plumas y parpadean rápidamente como si quisieran decir algo con los ojos. Nunca hablan, es decir, no emiten sonidos. Solamente cuando están agradecidos por algo.

Cuando vi al pequeño Lugón celeste entre el verde de las plantas me asusté un poco, porque nunca antes había visto algo parecido. Rápidamente fui a avisarle a mi mamá, y cuando la llevé al patio para mostrarle, me dijo que no lo veía. “Ahí está ¿lo ves?” le señalaba. Fue ahí cuando entendí que solamente los chicos pueden verlos. Mamá investigó todo el patio, pero no lograba encontrarlo. Yo se lo describía y señalaba, pero era en vano. Cuando volvió a entrar a la cocina yo me quedé observando al Lugón desde lejos. En sus ojos notaba que él tenía miedo igual que yo. Fui a la cocina y busqué cinco galletitas de limón con chispas de chocolate que hace mi mamá y le tiré una cerca de él para que comiera. Lentamente se acercó y la comió con alegría. Entonces emitió un “cuick” moviendo su colita y parpadeando rápidamente. Eso me dio la pauta de que me estaba agradeciendo. Le regalé otra galletita y tomándola con su pico se fue.

Al día siguiente le conté a mis compañeros de la escuela lo que había visto y ninguno se sorprendió, sino que me preguntaron: “¿de qué color era?” Fue ahí cuando descubrí que hay Lugones de diferentes colores. Uno de ellos había visto uno verde y otro uno púrpura. Mariela estaba contenta porque había visto un Lugón rosa, su color favorito.

Quien me dijo que los Lugones son inofensivos y hasta un poco miedosos fue mi abuelo. Él me contó que vio uno cuando era chico y que después, cuando creció no los vio más. Pero siempre se acuerda de ellos. El que él veía en su patio era uno amarillo. También me contó que una vez apreció en su patio una Lugona de color naranja que hizo pareja con el Lugón que él tenía.

Después de aquella tarde que lo vi por primera vez, lo esperaba con galletitas de limón con chispas de chocolate para poder encontrarlo. Siempre aparecía en un lugar diferente, y cada vez se acercaba más a mi. Hasta que un día se posó sobre mi mano y me daba dulces caricias. Desde ese día, el Lugón y yo fuimos amigos inseparables. Íbamos a todos lados juntos. Jugábamos a las escondidas, a la mancha y algunas tardes, nos sentábamos a la sombra de la higuera y le leía los libros de cuentos que tenía.

Después de mucho tiempo, hoy me acordé de mi Lugón. Nunca más lo volví a ver, ya que ahora soy una persona grande. Si alguno de ustedes lo llega a ver, díganle que lo extraño, lo quiero mucho y que todavía me acuerdo de él.

Sebastián Saez




El señor del sombrero

Posted by Sebastián Saez

En el barrio siempre hubo personas muy interesantes, pero ninguna como el señor Robinson. Vivía a un par de casas de la mía y siempre lo veía pasar a la misma hora de la tarde. Era de estatura muy pequeña, tenía un gran bigote que le cubría casi toda la cara, una gran nariz y como era calvo usaba un sombrero bombín diminuto. Muy pocos sabían de que trabajaba; algunos decían que vendía muebles, otros que vendía libros.


Lo más intrigante del señor Robinson era su sombrero. A pesar de que era pequeño, de él sacaba miles de objetos. Con unos amigos del barrio intentábamos todo el tiempo descubrir su secreto, saber cómo hacía para aparecer tantas cosas. Uno de ellos decía: “debe ser mago. Como no puede hacer aparecer un conejo, hace aparecer otras cosas”. A lo que otro respondía: “No, es un extraterrestre. Seguramente vino en una nave espacial.” Más allá de todas las teorías que podíamos tener, todos estábamos de acuerdo en que el señor Robinson era verdaderamente excepcional.


Fue por eso que todas las tardes, a la hora en que el señor Robinson salía de su casa, nos sentábamos en la vereda para verlo hacer algunas de sus increíbles actuaciones con el sombrero. Cuando se cruzaba con una dama, de él siempre sacaba flores. Cuando llovía hacía aparecer un paraguas. Cuando hacía mucho calor sacaba un vaso de agua, si tenía sed.


Una tarde de mucho viento, el sombrero del señor salió volando y llegó hasta nosotros. Él ni cuenta se dio, siguió caminando como si nada hubiera pasado. Cuando lo agarramos no sabíamos que hacer. Aquello para nosotros era un tesoro. Lo guardamos en mi habitación y prometimos que no lo tocaríamos hasta el día siguiente cuando se lo devolviéramos. Esa misma noche, el sombrero se empezó a mover mientras yo dormía. El ruido en mi mesita de luz me despertó y vi como salían de él lápices de colores, flores y bichitos de luz. Era todo un carnaval de colores lleno de alegría.


Al otro día le conté a mis amigos lo que había sucedido y todos quedaron sorprendidos. Mientras les contaba, por allí pasó el señor Robinson con cara muy triste. Rápidamente fuimos hacia el y le devolvimos lo que había perdido. Con una gran sonrisa nos agradeció y de su bombín sacó una pelota que nos la regaló para que jugáramos.


Es desde ese día que para nosotros, el señor Robinson es un misterio. Pero es una de las personas más buenas y divertidas del barrio.

Sebastián Saez

El autorretrato

Posted by Sebastián Saez

Hace mucho tiempo atrás, en un pueblo de Europa alejado de la sociedad, vivió en una mansión el multimillonario Roberto Silman que para ocupar su tiempo se encerraba horas en un cuarto de su hogar a pintar. Todo el dinero que poseía lo había heredado de su padre que falleció cuando el era joven. Antes trabajaba como abogado, pero ya no le interesaba otra cosa que pintar.


En la mansión también vivía su mucama que se encargaba de limpiar todo, menos la habitación donde Roberto hacía sus cuadros. Tenía prohibido acercarse allí. El señor Silman podía pasarse encerrado semanas enteras en aquel lugar. Llevaba cientos de cuadros pintados, porque a penas terminaba con uno, comenzaba a realizar otro. En el lugar también estaba Sammy, el gato negro con cola blanca de su padre. El animal lo acompañaba a Roberto a todas partes, menos a la habitación tan celosamente cuidada.


Un día en que empezó a pintar un autorretrato, notó que algo especial sucedía con aquella imagen. Acercaba su mano hacia el pecho del dibujo y sentía como que algo quería salir. “Debe ser el cansancio o el tiempo que llevo aquí” pensó Roberto para calmarse. A la pintura le agregaba cada vez más detalles. Se miraba en un espejo y si notaba alguna cana nueva que le salía se la introducía al dibujo.


A partir de aquel día, todas las noches sentía un susurro mientras dormía. Se despertaba sobresaltado y no lograba encontrar a nadie a su alrededor, sólo al gato. Eso le provocaba insomnio y se paseaba por toda la mansión; pero en cuanto los pensamientos aparecían en su cabeza, se dirigía corriendo a agarrar sus pinceles y pinturas.


La cantidad de cuadros disminuía con el tiempo. Aquel autorretrato se había transformado en una obsesión. Cada vez le agregaba más y más detalles. Y cuando se detenía a observarlo una tétrica voz le decía: “sácame de aquí”. Miraba hacia todos lados pero no lograba encontrar la fuente de la voz, siempre estaba sólo en la habitación.


Cuando miraba fijamente a los ojos de la pintura parecía quedar hipnotizado, como si viera a alguien que conocía desde hace mucho, pero que no la había visto por largo tiempo. Fue así como una noche fría de invierno mientras pintaba, tuvo deseos de beber algo. Dejó la puerta de la habitación abierta y salió. “No hay necesidad de cerrarla, vuelvo enseguida”, pensó mientras bajaba las escaleras hacia la cocina. En eso, el gato merodeaba por allí y entró a la habitación. Jugueteando con una mosca que había entrado al mismo tiempo que él, se abalanzó sobre el cuadro y le hizo un agujero en el medio. Un fuerte ruido se escuchó en toda la mansión. Una enorme mancha de pintura roja se esparcía sobre toda la habitación. La mucama que dormía en el cuarto de al lado, asustada, fue a ver que ocurría. Se encontró con el gato y el cuadro roto. Desesperada por avisarle a su patrón lo que había ocurrido, bajó a la cocina y allí encontró al señor Silman tirado en el suelo, y la copa destrozada por el piso.


Sebastian Saez


Sapos y princesas

Posted by Sebastián Saez

Todo el mundo conoce las historias de las princesas y los príncipes encantados. Tal vez no todo el mundo, pero la gran mayoría sabe que a veces cuando las princesas besan a los sapos, estos se convierten en príncipes. Lo que no saben es la historia vista desde el otro charco.


Hace mucho tiempo atrás, cuando la Tierra estaba poblada de reinos, caballeros con brillantes armaduras y damiselas en constante peligro; existían junto a ellos los sapos. Estos diminutos animales se los podía encontrar en las lagunas que se formaban cerca de los castillos. En una de ellas vivía un sapo que siempre soñaba con encontrar a su amor. Todos los días suspiraba en su hoja de loto pensando cuándo y cómo conocería a su amada; hasta que un día oyó a unos pescadores hablar de brujas y hechizos. Fue entonces cuando se le ocurrió que tal vez alguna de las mujeres que siempre se acercaban a contemplarse en el agua podría ser su batracia soñada.


-¿Cómo puedes creer que alguna de esas mujeres puede ser una sapa encantada?, le dijo uno de sus amigos mientras atrapaba moscas.


-¿No te has dado cuenta cómo las brujas nos quieren capturar siempre? Tal vez por diversión, ellas las convierten en princesas con la posibilidad de que uno de nosotros pueda deshacer el hechizo con un beso.


Una tarde, en la que el sol brillaba cálidamente, una princesa pasó por la laguna a ver su reflejo en el agua. El sapo la vio y brincó hacia ella, pero no llegó porque calculó mal la distancia a una hoja de loto y cayó al agua. Cuando se recuperó de su caída, la mujer ya se había ido. Se la veía a lo lejos caminar. Con la intención de no perderla de vista y así encontrar a su amor, el sapo salió de la laguna y recorrió un largo camino hasta el pueblo siguiendo los pasos de la joven. En el mercado se escondió entre las manzanas verdes que vendía una señora; y cuando se acercó la princesa, que pasaba por allí, se abalanzó y de un brinco le dio un beso.


Un grito se oyó, seguido por un alboroto de frutas que hicieron huir al sapo desilusionado. La princesa no se había convertido. Yendo hacia la laguna, al anfibio se le cayeron algunas lágrimas. Todos sus amigos se reían de su ocurrencia, y el no hacía otra cosa que suspirar. En ese momento, una doncella se acercó a la laguna. Al ver al sapo llorando se arrimó hasta él y le dio un beso para que se sintiera mejor. Éste, ruborizado, cerró los ojos de alegría; y cuando los volvió a abrir, la doncella ya no estaba. Del agua salió una sapa que al ver a nuestro amigo, se enamoró enseguida. Saltando, se fueron juntos unidos por el amor. Lo que el sapo nunca supo, es que la doncella no se transformó. Había caído al agua y justo salió la sapa. Pero, ¿quién se lo diría al sapo? Es mejormantenerlo con su magia propia.


Sebastián Saez

Amor de circo

Posted by Sebastián Saez

Hace un tiempo atrás, llegó a un pueblo de la región un circo con grandes diversiones. Las personas iban a ver las funciones todas las noches, aún sin saber la historia que se escondía detrás.


En el circo estaban todos los personajes que generalmente se pueden encontrar: malabaristas, payasos, magos, enanos, acróbatas y, por supuesto, el dueño que a su vez era el presentador de cada número artístico. El señor Tormes tiene una bella hija llamada Melina, que lo acompaña siempre. Esta señorita era el amor secreto de Sixto, un payaso que se volvía tímido y aún más torpe cada vez que la veía.


Un día, Sixto juntó valor y con una flor que había encontrado cerca de la carpa, se decidió a confesar su amor. Gran sorpresa se llevó cuando descubrió que Melina sentía lo mismo por él. A partir de ese día, se encontraban a escondidas después de cada función; ya que su padre quería que se casara con Esteban Forzza, el hombre forzudo. Según él, no había nadie más que pudiera protegerla mejor. En los encuentros de los enamorados, Sixto atrapaba la luna con una soga invisible y se la regalaba a Melina. Ella enrojecía sus mejillas tanto como la nariz de Sixto. Ambos reían de felicidad y amor.


Fue en una noche nublada cuando todo cambió. Tino, uno de los enanos del circo, escuchó a los jóvenes hablar antes de la función. Inmediatamente corrió a contarle a su jefe, el señor Tormes, quién se enfadó mucho con la noticia. “Nunca estarán juntos. Melina deberá casarse con quién yo quiera. Voy a prohibir que se vean”, se prometió el dueño del circo. Esa misma noche, antes de terminar la función, le pidió a Magnificus, el mago, que hiciera aparecer un espectro para que asustara a Sixto y se fuera del circo.


Cuando la luna apenas se asomaba entre las frondosas nubes, el payaso fue hasta el lugar secreto que tenía con su amor. Era un lugar un poco alejado de la carpa para que no los vieran. Pero esa noche, Sixto quedó esperando durante mucho tiempo. Melina no aparecía. Lo que ocurrió, fue que el señor Tormes encerró a su hija en su casa rodante y no la dejó salir. El enamorado no sabía nada y siguió esperando. En un momento, oculto tras un árbol, el mago con movimientos de sus manos hizo aparecer un fantasma cerca de Sixto y huyó del lugar. El payaso, al verlo, se asustó mucho. “No estarás más con tu amor. Te llevaré lejos para que no la veas más”, le dijo el espíritu con voz cavernosa. Pero antes de que lo agarre, Sixto recordó la manera de hacerlo desaparecer. Tenía que entretenerlo hasta el amanecer para que los rayos de luz lo desintegrasen. Entonces, apelando a sus habilidades le dijo: “antes de que me lleves quiero que veas mi repertorio”. El espectro accedió y se quedó viendo todas las payasadas que hacía Sixto. Se distrajo tanto aplaudiendo y apreciando el show que el tiempo pasó, salió el sol y desapareció.


El payaso corrió hasta la carpa para buscar a su amada, pero se encontró con el Señor Tormes. “He visto como venciste a ese espíritu. Veo que puedes cuidar muy bien a mi hija. Puedes estar con ella”, le dijo el padre de Melina. Los enamorados se encontraron nuevamente, y ya no tendrían que ocultar su amor bajo las estrellas.


Sebastián Saez

Hipopótamo con alas

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Existió hace un tiempo, un caso único en la naturaleza. Todo comenzó cuando una pareja de hipopótamos que se querían tanto tuvieron un hijo. Hasta ahí no hay nada de excepcional, lo curioso fue que el pequeño tenía alas. A los padres eso no les importaba, lo amaban por sobre todas las cosas.


El tiempo pasó y sus alas fueron creciendo junto con él. Le resultaba difícil relacionarse, porque los otros hipopótamos no lo querían. Intentaba acercarse amistosamente, pero siempre le decían lo mismo: “Eres diferente a nosotros, por eso no queremos jugar contigo”, y eso lo ponía muy triste.


También intentó jugar con los flamencos, pero estos le dijeron: “Eres muy diferente a nosotros. Nos aplastarías al jugar, por eso no queremos ser tus amigos”. El hipopótamo con alas se sentía muy solo.


Llorando a la orilla del río se encontró con los juncos. “Ustedes son los únicos que me aceptan tal cual soy”, les decía; y estos respondían con un “sí” meneándose con el viento. Pasó largas horas conversando con ellos, pero la conversación se volvía monótona. Se daba cuenta que siempre decían lo mismo; y eso resultaba aburrido. O tal vez no le prestaban tanta atención.


Un día, una paloma blanca se posó cerca del hipopótamo para beber. Al mirarlo se sorprendió: “¡oh! ¡Tienes alas!”.

- Así es. Búrlate si quieres. Al fin y al cabo todos lo hacen- dijo el hipopótamo entre suspiros.

- ¿Por qué habría de burlarme? Me sorprendí porque he visto otros como tú a unos kilómetros de aquí; y me llamó la atención que estuvieras solo.

- ¿Es eso verdad?- preguntó con esperanzas.

- Claro que sí. Nunca mentiría. Vamos, te acompañaré hasta allí.

- Pero tardaré mucho en llegar, soy muy lento.

- Puedes ir volando. Tienes alas, ¿no es cierto?- incentivaba la paloma.

- Es que no se volar.

- No te preocupes. Yo te enseño. Volar es fácil, siempre y cuando lo desees con el corazón y uses tu imaginación.


La paloma le enseño a mover sus alas y en un abrir y cerrar de ojos el hipopótamo ya estaba rondado por el aire.


Juntos fueron hasta el lugar donde se encontró con otros hipopótamos con alas. El corazón se le alegro porque lo recibieron muy bien. “¿Ves? Nunca estás solo; siempre hay alguien como tú en algún lado para compartir lindos momentos” le dijo la paloma antes de irse.


Sebastián Saez

Dibujo: Paloma Roque.

El hombre con bonete (un cuento con rima presente)

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Había una vez, un hombre con bonete,
que solía caminar por la calle en soquetes.

Le gustaba mucho perseguir su sombra.
Eso nadie lo hace, porque nadie se acostumbra.

Un día se compró un globo rojo.
Era tan hermoso que no le quitaba de encima los ojos.

Pero en un momento, sopló un furioso viento.
Se le soltó el globo de la mano y lo corrió por el centro.

Por suerte había cerca un árbol y se enganchó de una rama.
Lo desató cuando por allí pasaba una dama.

“¡Qué hombre más extraño!”, pensó la señorita.
Pero a él no le importa, siempre lleva una sonrisa.

Sebastián Saez


La sopa del rey

Posted by Sebastián Saez

Existió hace mucho tiempo, en tierras lejanas, un rey muy exigente con la comida. Él estaba muy acostumbrado a comidas exóticas y como nunca quedaba satisfecho con lo que le preparaban, cambiaba de cocinero todo el tiempo.

Fue tanto la exigencia del rey, que estuvo un tiempo sin nadie que le cocinara. Fue así que pasó muchos días sin comer.
- Hasta que no encuentre a un digno cocinero real, no probaré otro bocado.- anunció el rey.

Todos en el castillo, buscaron a un nuevo chef para su majestad. En el pueblo encontraron a un humilde panadero, que según decían, sabía cocinar platos exquisitos.

Este señor se presentó ante el rey, y en seguida fue a la cocina real. Allí encontró todo tipo de ingredientes que nunca había visto. Al igual que muchísimos instrumentos culinarios que jamás había usado. El rey le ordenó que le preparara el mejor plato que supiera hacer. El nuevo cocinero, después de tanto pensar, preparó una sopa de verduras y fideos, acompañado de pan de ajo. Mientras cocinaba, pensaba en su hija, porque este era su comida favorita.

Cuando el rey se sentó en la mesa a comer, miró el plato y tomando la cuchara dijo: “Esto nunca lo he probado. Veamos que tan rico es.” A penas dio el primer sorbo, una sonrisa se dibujó en su cara.
- ¡Esto es absolutamente delicioso!- dijo levantando su cuchara.

El rey quedó tan contento y satisfecho que recompensó al cocinero y lo nombró “caballero real de la cocina”. Es por eso que una comida simple y hecha con amor, puede ser más rica que mil platos exóticos.

Sebastián Saez

La tradición de Don Anzó

Posted by Sebastián Saez

Era una tarde soleada en la estancia de Don Anzó cuando llegó un periodista ansioso por cubrir la noticia que había llegado hasta sus oídos.

En aquel campo se podían ver varias cosas extrañas y todas pertenecían a Don Anzó, un gaucho chueco con barba abundante y siempre cubierto por su poncho. “Buenas tardes, Don. ¿Podría hacerle algunas preguntas sobre sus costumbres?” le dijo el periodista cuando llegó, y enseguida le contó sobre lo que estaba investigando. El gaucho con una sonrisa que dejaba ver ventanitas por falta de algunos dientes le dijo: “Cómo no. Acompáñeme nomás y le muestro mi campo.”

La recorrida de Don Anzó cubrió el gallinero donde las batarazas empollaban huevos del tamaño de una lata de gaseosa; el tambo donde estaban las vacas que daban café con leche todas las mañanas y el corral con ovejas que cantaban una y otra vez “cielito lindo”.

- Es increíble.- decía el periodista mirando las ovejas.

- Tiene razón, es increíble. No se dan cuenta que desafinan.- Contestaba Don Anzó con la frente arrugada.

Asombrado, el periodista escribía en su cuaderno todo lo que veía. “Esto es algo impresionante para mí” decía, a lo que Don Anzó le contestaba “yo estoy acostumbrao`”

Cuando volvieron a la estancia, el gaucho le pidió a su china que calentara la pava para unos mates. Se sentaron en una mesa que había en la puerta de la casa y mirando el horizonte escondiendo el sol, Don Anzó le dijo al periodista: “En este lugar, la tradición es tomar al menos un cimarrón mientras escucha una payada de mi guitarra. De esta forma, la luz mala ni se atreve a pasar por acá.”

Fue así como al ritmo de los acordes del gaucho y los sorbos de mate, el periodista pudo ser parte de la tradición de Don Anzó.

Sebastián Saez

El lago milagroso

Posted by Sebastián Saez

Hubo una vez, hace bastante tiempo atrás, un viajero que recorría el país visitando lugares nuevos. Un día, llegó hasta el pueblo de Osobuco. El lugar era muy natural, a penas tenia un par de cabañas, algunos negocios con necesidades básicas dispersos por el terreno y unas cuantas personas deambulando por allí. En la entrada de aquel lugar había un hermoso lago que estaba prohibido por los habitantes. En aquel lugar había carteles anunciando que no se podía acercar al lago porque era peligroso. Los carteles estaban un tanto tapados por los arbustos que abundaban en el lugar, pero eso no les interesaba a los pueblerinos porque ellos ya sabían las reglas.

Una tarde en que el viajero paseaba por allí, sintió mucho calor y decidió refrescar su cabeza calva. Como no vio los carteles que estaban tapados, se acercó al lago y sumergiendo su cabeza en el, se sintió más fresco. A los pocos minutos de secarse comenzó a sentir algo de picazón, pero no le dio demasiada importancia. Pasó toda la noche rascándose su calva cabeza. Cuando despertó a la mañana descubrió que tenía una abundante cabellera.

Sobresaltado de la alegría salió por todo el pueblo gritando el milagro. Hacía un tiempo atrás se le había caído el pelo y aquel suceso era algo muy emocionante para él. Corrió por todos lados con tanta alegría y sin ver por donde pasaba que sin querer cayó dentro del lago. Después de salir de allí, se fue todo mojado hasta la cabaña que había alquilado.

Por unos días el viajero no salió de la cabaña. Sus vecinos que se enteraron que había caído dentro del lago fueron a ver si estaba bien. Después de esperar un largo rato fuera de la casa, el viajero abrió la puerta. Un hombre completamente peludo estaba del otro lado. Los pueblerinos no se asombraron para nada. “Estuve todo este tiempo tratando de quitarme todo el pelo que me creció” dijo el viajero con mirada triste. “No te preocupes” le contestó uno de los vecinos, “A muchos de aquí nos ha pasado lo mismo que a ti. Pero no debes ponerte mal. Ahora tienes todo el pelo que has deseado”.

Sebastián Saez

El edificio que faltaba

Posted by Sebastián Saez

Muchas cosas extrañas pasan en la cuidad de Tales, pero nunca había ocurrido algo tan insólito como lo de esta historia.

En esta ciudad las casas abundan por todos lados, pero no se veía ningún edificio. Fue por eso que el intendente ordenó construir el más grande edificio de todos los tiempos. Pero el presupuesto que disponían no alcanzó y solamente lo pudieron hacer de siete pisos. La construcción duró un par de meses. La gente que vivía alrededor y la que pasaba por allí, siempre miraba con curiosidad. Todos en la ciudad estaban ansiosos por verla terminada.

Hasta aquí la historia no tiene nada de raro. Lo curioso fue que al tiempo de ser terminado, el edificio desapareció y nadie lo encontró. Contrataron a detectives expertos que tenían sabuesos, llamaron a superhéroes que pudieran encargarse de la situación y hasta buscaron a una adivinadora para que les dijera el paradero del edificio. Todo era inútil.

Un día, caminando por el enorme parque de la ciudad, que se parece a un bosque, una abuelita lo encontró. Cuando la dulce ancianita lo vio le preguntó:- Querido, ¿qué haces aquí? ¿No tendrías que estar en el centro de la ciudad con las demás personas y casas?

El edificio un tanto avergonzado le contestó:- Vine hasta aquí porque me molestaba mucho el sol. Estos días ha hecho mucho calor y no tengo siquiera un ventilador. Aquí hay mucha sombra y estoy más fresquito.

Los árboles del parque son del tamaño de edificios de diez pisos y él se sentía protegido de los rayos ultravioletas. Fue entonces que todos los ciudadanos comenzaron a sembrar árboles como los del parque en las veredas de las calles, para que tanto el edificio, las casas, como las personas que habitan esa ciudad, pudieran protegerse del sol en días calurosos como esos.

Sebastián Saez

Las flores que hacían dormir

Posted by Sebastián Saez

Hace mucho tiempo atrás, existió un rey que se regocijaba todas las tardes paseando por su enorme jardín. En el tenía todas las plantas del mundo. No había una sola especie que no estuviera allí, pues él mismo había ordenado a sus súbditos que recorrieran el planeta en busca de ellas. Paseando una tarde por su verde jardín notó que ninguna de todas las flores que poseía era de su agrado. Fue entonces que ordenó en todo el reino a que le ofrecieran semillas de las más bellas flores que existieran.

Ninguno de los candidatos que se presentaron lo convencieron, ya que las semillas que ofrecían eran muy costosas y el rey era un tanto tacaño. Una tarde, llegó un hombre proveniente de tierras lejanas al reino. Éste le brindó una bolsa de semillas y le dijo:
- De aquí saldrán las más bellas flores que jamás hayan visto sus ojos, alteza. Estas semillas tienen la capacidad de crecer muy rápido y el precio de venta es el más bajo del mundo.- concluyó el hombre con una sonrisa en su rostro.

El rey, sin preguntar la razón de su bajo precio, aceptó encantado. De inmediato comenzó a sembrar por todo el jardín del castillo las semillas que había comprado. Las regó, y se sentó en una silla a esperar a que crecieran. Al poco tiempo unas pequeñas hojas se asomaban de la tierra. El rey quedó pasmado ante tal espectáculo. Aquel hombre había dicho la verdad.

Mientras veía como las flores crecían, algo raro comenzó a ocurrir. Los bostezos eran inevitables. Los párpados le comenzaban a pesar. Pronto, todos en el reino empezaban a tener los mismos síntomas que el rey. Los guardias del castillo averiguaron el por qué de la somnolencia en todas las personas, y descubrieron que era a causa de las nuevas flores.

- Alteza, debe deshacerse de esas flores antes que crezcan. Son flores somníferas. Tienen el poder de hacer dormir.- le avisó uno de los guardias que no podía dejar de bostezar.

- Lo haré luego. He gastado dinero en ellas y quiero verlas crecer.- dijo el rey después de un bostezo.

- Pero mi señor, cuando las flores terminen de crecer quedaremos todos bajo un sueño eterno.

- Ya lo he dicho, más tarde lo haré.

Fue así como los días pasaron y el rey seguía posponiendo la tarea. Hasta que un día las flores terminaron su desarrollo y todo el reino quedó bajo un manto de sueño. Pero justo por allí pasaba un humilde pastor con un rebaño de ovejas. Al ver a todos dormitando y las flores que se habían expandido por todos lados, reconoció cual era el problema. Fue entonces que ordenó a sus ovejas que comieran las flores que invadían el lugar.

Cuando los animalitos del pastor terminaron de comer, cada persona del reino empezó a despertar. El rey le agradeció y recompensó al pastor por su ayuda, y prometió que nunca más pospondría algo. Porque cuando uno deja algo para después, puede quedarse dormido en los laureles.

Sebastián Saez

El hombrecito de la lluvia

Posted by Sebastián Saez

Muchos no lo saben, pero la otra vez descubrí a los hombrecitos que fabrican las gotas de agua para la lluvia. Fue una tarde de nubarrones oscuros donde me puse a mirar atentamente al cielo. En ese momento, uno de esos hombrecitos cayó sobre mí. Cabía dentro de mi mano. Era todo celeste y un poco frío. “Gracias por evitar que cayera al suelo y me lastimara” dijo el hombrecito. “De nada” le respondí cálidamente.

- Tengo que volver a mi nube; la lluvia esta por comenzar y tengo que terminar mis gotas.
Antes de que partiera le pedí que me contara sobre su mundo.

- Somos un grupo de hombrecito que fabricamos las gotas para la lluvia. Trabajamos siempre unidos. Lo que hacemos primero es tomar trozos de aire caliente y frío, los juntamos en bolsitas invisibles y las atamos para que no se escape nada. Al juntarse sos tipos de aire se forma el agua. Entonces, cuando terminamos de armar las gotas, las ubicamos en cajas que serán puestas de manera que cuando las nubes choquen entre sí, se vuelquen y caigan todas las gotas de lluvia al suelo. Es un trabajo difícil, porque hay veces en que antes de terminar todas las gotas, siempre algunas se nos escapan y caen al suelo. Esas son las primeras gotas que ves, anunciando la próxima lluvia.

Yo estaba conmocionado por escuchar su relato. Para mí era fabuloso descubrir aquel nuevo mundo.

“Ahora sí debo marcharme, se me hace tarde. Tengo que terminar cuanto antes con mi trabajo” dijo el hombrecito celeste y de un salto pasó de mi mano a una nube. “No te preocupes, cuando este allá arriba me acordaré de ti y recibirás mi agradecimiento” me dijo antes de partir.

Un rato más tarde la lluvia comenzó, y las gotas que cayeron sobre mi fueron cálidas y suaves. Como si aquel hombrecito celeste que fabricaba gotas estuviera dándome caricias desde lejos, como forma de su agradecimiento.

Sebastián Saez

Pelea de cangrejos

Posted by Sebastián Saez

En una playa que no recuerdo el nombre, vivían dos cangrejos muy gruñones. Todo el tiempo protestaban por el viento del mar y las olas que mojaban sus cuevas.

Un tarde de verano, las olas dejaron un gran trozo de alga entre las cuevas de los dos cangrejos.
- ¡Qué cosa más deliciosa ha llegado para mí!- dijo el cangrejo anaranjado. Y cuando se acercaba a tomarlo con sus pinzas llegó su vecino dispuesto a llevárselo.

- ¿Quién dijo que estas algas son tuyas? Al estar cerca de mi casa me pertenecen.- dijo el cangrejo rojo que se había aferrado al alimento en cuestión.

Cada uno tironeaba para su lado, haciendo la máxima fuerza que podía. En un momento, los dos soltaron las algas y se miraron fijamente. Levantaron sus pinzas en alto en señal de pelea y dijeron al unísono: “ven a quitármelas”. Y cuando se acercaron para pelearse, una enorme ola arrastró las algas tan preciadas.

Fue en ese momento que los dos se dieron cuenta de lo inútil que fue la pelea, porque si hubieran sabido compartir, los dos hubieran podido comer esas algas tan deliciosas.

Sebastián Saez

Un hechizo mentiroso

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Hace muchos, pero muchos años atrás, en un gran bosque que compartían tres reinos, se encontraron tres magos. Cuando se realizó tal encuentro, los magos intercambiaron saludos y comenzaron hablar. En un momento de la conversación cada uno contaba lo que era capaz de hacer. Como cada uno era más orgulloso y vanidoso que el otro, decidieron desafiarse a una competencia de hechizos.

- Mañana nos encontraremos en este mismo lugar para demostrar nuestro poder.- dijo uno de los magos que llevaba un sombrero de pico.

- Estoy totalmente de acuerdo.- dijo otro mago que tenía unos lentes cuadrados.

- Ya veremos quien es el mejor.- terminó la conversación el mago restante, que llevaba un enorme bastón en forma de rama.

Cada uno en su reino revisó sus grandes libros sobre hechicería una y otra vez, es que nadie quería perder. Así pasaron el resto del día y toda la noche. Menos el mago del bastón que a penas había llegado a su hogar se durmió.

Cuando se volvieron a encontrar ya tenían preparado un hechizo que haría deslumbrar al otro. El único que no se decidió que hechizo usar fue el mago del bastón que aún buscaba en su mente algo que le ayudara en la ocasión.

- Las reglas son las siguientes: Si alguno de nosotros logra hacer un hechizo que no pueda ser deshecho por otro, será el mejor hechicero.- dijo el mago con sombrero de pico, que fue el primero en demostrar lo que tenía para hacer.

Con un movimiento de varita y algunas palabras casi incomprensibles hizo que un enorme árbol se convirtiera en un bloque de hielo. Eso asusto por unos segundos al mago de los lentes cuadrados, pero rió de felicidad al recordar como se deshacía.

- Veamos que tienes tú- dijo el mago del sombrero de pico al que había logrado romper el hechizo.

Acomodándose los lentes, movió sus manos sobre unos arbustos e hizo que se convirtiera en un gran charco de agua. Al mago del sombrero de pico le resultó muy fácil deshacerlo, ya las plantas eran su especialidad.

Ahora era el turno del mago de bastón. “Muéstranos tu hechizo” le dijeron. Comenzó a mirar para todos lados y a su lado vio una roca. La tomo con sus manos y se las mostró a los otros dos magos.

- Mientras ustedes hacían y deshacían hechizos yo he convertido a un cuervo en esta roca.- dijo el mago del bastón, que sabía que no podrían lograrlo, ya que si no había sido encantado, no había hechizo por romper.

Los otros magos se rascaban la cabeza pensando cómo lograr ganarle. Hasta que uno de ellos dijo: “lo tengo”, y diciendo unas palabras mágicas lanzó un hechizo con su varita que rebotó en la roca e impactó contra el mago del bastón que lo transformó en un cuervo.

Muchos exploradores que han transitado por esos bosques dicen haber escuchado a un cuervo parlanchín que de tanto en tanto derrama sus llantos de lamento al no haber estudiado como debía.

Sebastián Saez

Resfrío de dragón

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Hace mucho tiempo atrás, en el reino de Teikelan, había una cueva habitada por un monstruo que lanzaba fuego. Esta cueva se encontraba en el bosque donde el rey siempre iba a cazar con sus escuderos. Un día, acamparon tan cerca de aquel lugar que el fuego llegó a quemar parte de su extensa capa. Fue entonces que el rey ordenó a todos los caballeros del reino a que fueran hasta allí y vencieran al monstruo que lanzaba fuego desde el interior de la cueva.

Todos se preguntaban como sería aquel monstruo, ya que nunca lo habían visto. Solamente veían salir de allí el fuego que expulsaba. Fue así que muchos no se animaban a ir. Entonces, el rey prometió que cumpliría el deseo de aquel que venciera a la bestia. Un humilde herrero escuchó la promesa del rey y decidió emprender la aventura, ya que su deseo era tener un taller de herrería más grande.

Cuando llegó a la entrada de la cueva, lo hizo con el martillo que utilizaba para trabajar y un escudo que él mismo había forjado. Se acercó despacio y comenzó a entrar, aprovechando la oportunidad de que el monstruo no estaba lanzando fuego. En el momento que llegó al fondo de la cueva vio a un pequeño dragoncito que tenía una patita enganchada con una cadena al suelo.

- Por favor, no me hagas daño.- dijo el dragoncito con mucho miedo.

- No te preocupes, no voy a hacerte daño.- dijo el herrero.

- ¿Puedes ayudarme? Un malvado hechicero me dejo atrapado aquí y no puedo salir.- le dijo el dragoncito con lágrimas en sus ojos.

El herrero tomó con fuerzas su martillo y golpeó las cadenas que se rompieron dejando al animalito en libertad.

- Muchas gracias, señor. Nadie había venido a salvarme antes.
- Es que tirabas mucho fuego desde aquí. ¿Por qué lo hacías?
- En esta cueva hay mucha humedad, y es por eso que me resfrié. Es así que cada vez que estornudo, sin querer lanzo fuego por mi nariz.

El herrero llevó al dragoncito a su casa y le dijo al rey que el monstruo ya no estaba más. El rey premió la valentía del hombre y cumplió su deseo. Desde aquel entonces, el dragoncito fue cuidado por el herrero y pronto se curó aquel resfriado que quemaba todo lo que se acercaba a la cueva.

Sebastián Saez

La rana que hacía llover

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Había una vez, en un pantano muy húmedo, una rana que tenía la capacidad de hacer llover con sus cantos. Esta rana era muy feliz. Siempre estaba saltando y riendo por todos lados, pero lo que más le gustaba hacer era cantar. Bellas melodías salían de su boca, pero eso siempre ocasionaba que lloviera. Cada vez que se paraba sobre una gran roca que quedaba cerca de su lodo favorito comenzaba a ejercitar su garganta para entonar, y de este modo las nubes se oscurecían y los grandes relámpagos se veían en el cielo. Cuando veían que Rimoldo, la rana, se acomodaba en la roca, todos los animales del lugar huían a buscar un refugio para protegerse de la lluvia que se aproximaría.

Rimoldo estaba feliz por su cantar y no le importaba que se mojara. Él siempre cantaba: “no hay que enojarse mis amigos/ por esta lluvia improvista/ que al fin y al cabo las gotas no lastiman”. Pero siempre había una lagartija malhumorada que le contestaba “no lastiman pero molestan. ¿A caso no te das cuenta que tú atraes la lluvia?”. Él nunca oía las ofensas, porque se concentraba en cada tono de su canción, lo que hacía llover con más fuerzas.

Una tarde que paseaba a los saltos por el pantano se encontró con todos los animales del lugar reunidos para darle un mensaje. “No quisimos llegar a esto, pero tenemos que decirte que te vayas de aquí. Ya no soportamos que tus cantos traigan la lluvia que tanto nos molesta.”, dijo una rata que representaba al grupo. Rimoldo se puso tan triste que comenzó a llorar y dando brincos se fue del lugar.

Los días pasaron y todos estaban contentos de que ya no lloviera más. Pero la alegría no les duro por mucho tiempo, ya que el sol comenzó a presentarse más seguido y las sequías comenzaban a atacar. Los charcos desaparecían al secarse, los pisos empezaban a quebrarse por la falta de humedad y las plantas no crecían más por falta de agua. Poco a poco empezaban a extrañar a Rimoldo. Ya ni siquiera las noches eran frescas, todos se lamentaban lo que habían decidido.

El camaleón se ofreció entonces a ir en busca de la rana que hacía llover. Recorriendo los lugares de la zona puedo encontrarla en un lago sobre una hoja de loto muy triste mirando hacia el agua.
Todos los habitantes del pantano se preguntaban si el camaleón tendría éxito en su búsqueda y sobre todo en convencer a Rimoldo que regresara a su antiguo hogar. Un día, vieron que la rana y el camaleón volvieron juntos. Los animalitos se pusieron contentos, pero Rimoldo seguía triste. Entonces prepararon una fiesta sorpresa para la rana cantante. Una fiesta en donde cada animalito entonaba una melodía diferente, haciendo todos juntos un coro.

Rimoldo se puso tan contento con aquella sorpresa que comenzó a cantar nuevamente y la lluvia retornó al lugar. “Rimoldo, perdónanos por lo que te dijimos, fuimos unos tontos”, dijo la rata que volvía a representar al grupo. La rana los miró y con una gran sonrisa los invitó a que siguieran cantando junto a él, bajo la lluvia que no ha de doler.

Sebastián Saez

El ratón que quería ser un ave

Posted by Sebastián Saez

Cuentan algunas leyendas de los Texatecas sobre las creaciones de Bumbarra, el dios de los animales. Esta curiosa tribu que vivió antes de la colonización en América Central, contaba que hubo una vez un ratoncito que siempre se subía a los árboles y se tiraba desde lo más alto con la intención de volar.

Este animalillo tan particular se pasaba los días mirando a las hermosas aves del lugar y soñaba con tener plumajes tan coloridos como los de ellas. Una tarde en que estaba comiendo sus frutas preferidas, un bello pájaro se posó cerca de él. El roedor le preguntó: “¿Es fácil volar?”. El ave lo miró con soberbia y le dijo: “claro que es fácil. Solamente tienes que tener hermosas alas como las mías.”

- ¿Yo podría llegar a volar?- le preguntó el ratón con entusiasmo.

El ave lanzó una carcajada y luego le dijo: “jamás lo harás sin plumas. Ningún animal puede volar sin ellas.”

- ¿Al menos podrías enseñarme los movimientos para volar?- le pidió algo tímido el ratón.

- No tengo tiempo que perder, y menos con tonterías.- dijo el ave y se fue de allí.

El ratón quedó muy dolido por las palabras del plumífero. Algunos animales que estaban cerca y escucharon la conversación se rieron del roedor. Un mono que estaba colgado de una liana lo aplaudió con sus pies en forma burlona.

Esa misma noche, mientras todos dormían, se escuchó moverse las ramas de un árbol. Los pájaros no podían ser porque estaba soñando en sus nidos. Las serpientes no andaban a esa hora porque se encontraban descansando en sus casas. Fue entonces cuando la luna iluminó al ratón que intentaba subirse a la rama más alta, del árbol más alto del bosque para lanzarse e intentar, de esa forma, demostrarle al ave que se equivocaba. Quiso hacerlo de noche para que nadie pudiera burlarse si fallaba, pero su corazoncito le decía que tendría éxito. Él intentaría volar y lo lograría. Con gran esfuerzo llegó a la cima. En la última rama temblorosa se ubicó. Abrió ampliamente sus patas delanteras y dio un gran salto. Lo que no midió antes fue la distancia y la cantidad de ramas peligrosas que tenía aquel árbol.

El ratón se golpeó en todas partes del cuerpo, pero donde más se lastimó fue en sus ojos y orejas. No cayó al suelo, sino que quedó enganchado, boca a bajo en una de las ramas más cercanas al piso. Sus lágrimas de dolor y frustración se mezclaron con sus gritos que decían: “¡Yo deseo con todo mi corazón volar! ¡Quiero volar!” Las palabras llegaron hasta los oídos del dios Bumbarra, y éste bajando de los cielos lo salva del árbol y le dijo: “Veo que tienes muchas ganas de tener alas, mi pequeño amigo. Tus ojos están dañados, a penas puedes ver. Pero te compensaré dándote el poder de ver en la oscuridad a través de sonidos. Además te daré lo que tanto anhelas: un par de alas.” Y con magia tejió unas membranas para que pudiera andar por los cielos. “Serás la envidia de todas las aves, porque a pesar de no tener bellas plumas, tú serás el primer mamífero capaz de volar sin necesidad de ellas.” El dios Bumbarra terminó de curar al malherido ratón y lo transformó en el animalito que hoy en día conocemos como murciélago.

Sebastián Saez

El duende que odiaba los colores

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Cuenta la leyenda, que hubo una vez un duende llamado Nikolor que odiaba los colores. Le gustaban los inviernos, porque en esa época todo está pintado de blancos, grises y negros. Cada primavera, se encerraba en una oscura cuevita donde la luz solar jamás llegaba.

Un día, descansando allí dentro, apareció una colorida mariposa que le interrumpió el sueño. Con gran molestia, se decidió a perseguirla para que se fuera de su preciada morada. Tan concentrado en espantarla estuvo, que en pocos minutos fuera de la cueva se encontró. Cuando vio los colores que lo rodeaban, una gran furia lo invadió. “ya me cansé de los colores, no los soporto más”.- dijo mirando hacia todos lados. Entró a su cueva y sacó una bolsa de allí. Con sus pequeñas manos comenzó a guardar los colores dentro de ella, dejando a la primavera con tonos acromáticos. Primero guardó los colores del bosque. Desde los animales, que tristes quedaron, hasta las pequeñas flores que con sus tonos alegraban el lugar. Luego, sacó el azul del cielo y el hermoso amarillo del sol.

Habiendo terminado la hazaña, contento por llenar su bolsa se dispuso a ir a dormir a su cueva. Pasando por unos arbustos se le enganchó la bolsa y un agujero le quedó sin que se diera cuenta. Como estaba muy lejos de su hogar, se subió a un pájaro y voló. Mientras llevaba la bolsa colgando de su hombro, ésta perdía los colores por el agujerito que se había hecho.

Cuando llegó a la cueva, vio que la bolsa estaba vacía. Al mirar hacia el cielo pudo ver que una enorme cinta de colores se había formado. Como observó que era muy bella, no pudo resistirse y se enamoró de los colores. Esta fue la primera vez que apareció el arco iris en el mundo.

Sebastián Saez