El señor del sombrero

Posted by Sebastián Saez

En el barrio siempre hubo personas muy interesantes, pero ninguna como el señor Robinson. Vivía a un par de casas de la mía y siempre lo veía pasar a la misma hora de la tarde. Era de estatura muy pequeña, tenía un gran bigote que le cubría casi toda la cara, una gran nariz y como era calvo usaba un sombrero bombín diminuto. Muy pocos sabían de que trabajaba; algunos decían que vendía muebles, otros que vendía libros.


Lo más intrigante del señor Robinson era su sombrero. A pesar de que era pequeño, de él sacaba miles de objetos. Con unos amigos del barrio intentábamos todo el tiempo descubrir su secreto, saber cómo hacía para aparecer tantas cosas. Uno de ellos decía: “debe ser mago. Como no puede hacer aparecer un conejo, hace aparecer otras cosas”. A lo que otro respondía: “No, es un extraterrestre. Seguramente vino en una nave espacial.” Más allá de todas las teorías que podíamos tener, todos estábamos de acuerdo en que el señor Robinson era verdaderamente excepcional.


Fue por eso que todas las tardes, a la hora en que el señor Robinson salía de su casa, nos sentábamos en la vereda para verlo hacer algunas de sus increíbles actuaciones con el sombrero. Cuando se cruzaba con una dama, de él siempre sacaba flores. Cuando llovía hacía aparecer un paraguas. Cuando hacía mucho calor sacaba un vaso de agua, si tenía sed.


Una tarde de mucho viento, el sombrero del señor salió volando y llegó hasta nosotros. Él ni cuenta se dio, siguió caminando como si nada hubiera pasado. Cuando lo agarramos no sabíamos que hacer. Aquello para nosotros era un tesoro. Lo guardamos en mi habitación y prometimos que no lo tocaríamos hasta el día siguiente cuando se lo devolviéramos. Esa misma noche, el sombrero se empezó a mover mientras yo dormía. El ruido en mi mesita de luz me despertó y vi como salían de él lápices de colores, flores y bichitos de luz. Era todo un carnaval de colores lleno de alegría.


Al otro día le conté a mis amigos lo que había sucedido y todos quedaron sorprendidos. Mientras les contaba, por allí pasó el señor Robinson con cara muy triste. Rápidamente fuimos hacia el y le devolvimos lo que había perdido. Con una gran sonrisa nos agradeció y de su bombín sacó una pelota que nos la regaló para que jugáramos.


Es desde ese día que para nosotros, el señor Robinson es un misterio. Pero es una de las personas más buenas y divertidas del barrio.

Sebastián Saez

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