Resfrío de dragón

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Hace mucho tiempo atrás, en el reino de Teikelan, había una cueva habitada por un monstruo que lanzaba fuego. Esta cueva se encontraba en el bosque donde el rey siempre iba a cazar con sus escuderos. Un día, acamparon tan cerca de aquel lugar que el fuego llegó a quemar parte de su extensa capa. Fue entonces que el rey ordenó a todos los caballeros del reino a que fueran hasta allí y vencieran al monstruo que lanzaba fuego desde el interior de la cueva.

Todos se preguntaban como sería aquel monstruo, ya que nunca lo habían visto. Solamente veían salir de allí el fuego que expulsaba. Fue así que muchos no se animaban a ir. Entonces, el rey prometió que cumpliría el deseo de aquel que venciera a la bestia. Un humilde herrero escuchó la promesa del rey y decidió emprender la aventura, ya que su deseo era tener un taller de herrería más grande.

Cuando llegó a la entrada de la cueva, lo hizo con el martillo que utilizaba para trabajar y un escudo que él mismo había forjado. Se acercó despacio y comenzó a entrar, aprovechando la oportunidad de que el monstruo no estaba lanzando fuego. En el momento que llegó al fondo de la cueva vio a un pequeño dragoncito que tenía una patita enganchada con una cadena al suelo.

- Por favor, no me hagas daño.- dijo el dragoncito con mucho miedo.

- No te preocupes, no voy a hacerte daño.- dijo el herrero.

- ¿Puedes ayudarme? Un malvado hechicero me dejo atrapado aquí y no puedo salir.- le dijo el dragoncito con lágrimas en sus ojos.

El herrero tomó con fuerzas su martillo y golpeó las cadenas que se rompieron dejando al animalito en libertad.

- Muchas gracias, señor. Nadie había venido a salvarme antes.
- Es que tirabas mucho fuego desde aquí. ¿Por qué lo hacías?
- En esta cueva hay mucha humedad, y es por eso que me resfrié. Es así que cada vez que estornudo, sin querer lanzo fuego por mi nariz.

El herrero llevó al dragoncito a su casa y le dijo al rey que el monstruo ya no estaba más. El rey premió la valentía del hombre y cumplió su deseo. Desde aquel entonces, el dragoncito fue cuidado por el herrero y pronto se curó aquel resfriado que quemaba todo lo que se acercaba a la cueva.

Sebastián Saez

La rana que hacía llover

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Había una vez, en un pantano muy húmedo, una rana que tenía la capacidad de hacer llover con sus cantos. Esta rana era muy feliz. Siempre estaba saltando y riendo por todos lados, pero lo que más le gustaba hacer era cantar. Bellas melodías salían de su boca, pero eso siempre ocasionaba que lloviera. Cada vez que se paraba sobre una gran roca que quedaba cerca de su lodo favorito comenzaba a ejercitar su garganta para entonar, y de este modo las nubes se oscurecían y los grandes relámpagos se veían en el cielo. Cuando veían que Rimoldo, la rana, se acomodaba en la roca, todos los animales del lugar huían a buscar un refugio para protegerse de la lluvia que se aproximaría.

Rimoldo estaba feliz por su cantar y no le importaba que se mojara. Él siempre cantaba: “no hay que enojarse mis amigos/ por esta lluvia improvista/ que al fin y al cabo las gotas no lastiman”. Pero siempre había una lagartija malhumorada que le contestaba “no lastiman pero molestan. ¿A caso no te das cuenta que tú atraes la lluvia?”. Él nunca oía las ofensas, porque se concentraba en cada tono de su canción, lo que hacía llover con más fuerzas.

Una tarde que paseaba a los saltos por el pantano se encontró con todos los animales del lugar reunidos para darle un mensaje. “No quisimos llegar a esto, pero tenemos que decirte que te vayas de aquí. Ya no soportamos que tus cantos traigan la lluvia que tanto nos molesta.”, dijo una rata que representaba al grupo. Rimoldo se puso tan triste que comenzó a llorar y dando brincos se fue del lugar.

Los días pasaron y todos estaban contentos de que ya no lloviera más. Pero la alegría no les duro por mucho tiempo, ya que el sol comenzó a presentarse más seguido y las sequías comenzaban a atacar. Los charcos desaparecían al secarse, los pisos empezaban a quebrarse por la falta de humedad y las plantas no crecían más por falta de agua. Poco a poco empezaban a extrañar a Rimoldo. Ya ni siquiera las noches eran frescas, todos se lamentaban lo que habían decidido.

El camaleón se ofreció entonces a ir en busca de la rana que hacía llover. Recorriendo los lugares de la zona puedo encontrarla en un lago sobre una hoja de loto muy triste mirando hacia el agua.
Todos los habitantes del pantano se preguntaban si el camaleón tendría éxito en su búsqueda y sobre todo en convencer a Rimoldo que regresara a su antiguo hogar. Un día, vieron que la rana y el camaleón volvieron juntos. Los animalitos se pusieron contentos, pero Rimoldo seguía triste. Entonces prepararon una fiesta sorpresa para la rana cantante. Una fiesta en donde cada animalito entonaba una melodía diferente, haciendo todos juntos un coro.

Rimoldo se puso tan contento con aquella sorpresa que comenzó a cantar nuevamente y la lluvia retornó al lugar. “Rimoldo, perdónanos por lo que te dijimos, fuimos unos tontos”, dijo la rata que volvía a representar al grupo. La rana los miró y con una gran sonrisa los invitó a que siguieran cantando junto a él, bajo la lluvia que no ha de doler.

Sebastián Saez

El ratón que quería ser un ave

Posted by Sebastián Saez

Cuentan algunas leyendas de los Texatecas sobre las creaciones de Bumbarra, el dios de los animales. Esta curiosa tribu que vivió antes de la colonización en América Central, contaba que hubo una vez un ratoncito que siempre se subía a los árboles y se tiraba desde lo más alto con la intención de volar.

Este animalillo tan particular se pasaba los días mirando a las hermosas aves del lugar y soñaba con tener plumajes tan coloridos como los de ellas. Una tarde en que estaba comiendo sus frutas preferidas, un bello pájaro se posó cerca de él. El roedor le preguntó: “¿Es fácil volar?”. El ave lo miró con soberbia y le dijo: “claro que es fácil. Solamente tienes que tener hermosas alas como las mías.”

- ¿Yo podría llegar a volar?- le preguntó el ratón con entusiasmo.

El ave lanzó una carcajada y luego le dijo: “jamás lo harás sin plumas. Ningún animal puede volar sin ellas.”

- ¿Al menos podrías enseñarme los movimientos para volar?- le pidió algo tímido el ratón.

- No tengo tiempo que perder, y menos con tonterías.- dijo el ave y se fue de allí.

El ratón quedó muy dolido por las palabras del plumífero. Algunos animales que estaban cerca y escucharon la conversación se rieron del roedor. Un mono que estaba colgado de una liana lo aplaudió con sus pies en forma burlona.

Esa misma noche, mientras todos dormían, se escuchó moverse las ramas de un árbol. Los pájaros no podían ser porque estaba soñando en sus nidos. Las serpientes no andaban a esa hora porque se encontraban descansando en sus casas. Fue entonces cuando la luna iluminó al ratón que intentaba subirse a la rama más alta, del árbol más alto del bosque para lanzarse e intentar, de esa forma, demostrarle al ave que se equivocaba. Quiso hacerlo de noche para que nadie pudiera burlarse si fallaba, pero su corazoncito le decía que tendría éxito. Él intentaría volar y lo lograría. Con gran esfuerzo llegó a la cima. En la última rama temblorosa se ubicó. Abrió ampliamente sus patas delanteras y dio un gran salto. Lo que no midió antes fue la distancia y la cantidad de ramas peligrosas que tenía aquel árbol.

El ratón se golpeó en todas partes del cuerpo, pero donde más se lastimó fue en sus ojos y orejas. No cayó al suelo, sino que quedó enganchado, boca a bajo en una de las ramas más cercanas al piso. Sus lágrimas de dolor y frustración se mezclaron con sus gritos que decían: “¡Yo deseo con todo mi corazón volar! ¡Quiero volar!” Las palabras llegaron hasta los oídos del dios Bumbarra, y éste bajando de los cielos lo salva del árbol y le dijo: “Veo que tienes muchas ganas de tener alas, mi pequeño amigo. Tus ojos están dañados, a penas puedes ver. Pero te compensaré dándote el poder de ver en la oscuridad a través de sonidos. Además te daré lo que tanto anhelas: un par de alas.” Y con magia tejió unas membranas para que pudiera andar por los cielos. “Serás la envidia de todas las aves, porque a pesar de no tener bellas plumas, tú serás el primer mamífero capaz de volar sin necesidad de ellas.” El dios Bumbarra terminó de curar al malherido ratón y lo transformó en el animalito que hoy en día conocemos como murciélago.

Sebastián Saez

El duende que odiaba los colores

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Cuenta la leyenda, que hubo una vez un duende llamado Nikolor que odiaba los colores. Le gustaban los inviernos, porque en esa época todo está pintado de blancos, grises y negros. Cada primavera, se encerraba en una oscura cuevita donde la luz solar jamás llegaba.

Un día, descansando allí dentro, apareció una colorida mariposa que le interrumpió el sueño. Con gran molestia, se decidió a perseguirla para que se fuera de su preciada morada. Tan concentrado en espantarla estuvo, que en pocos minutos fuera de la cueva se encontró. Cuando vio los colores que lo rodeaban, una gran furia lo invadió. “ya me cansé de los colores, no los soporto más”.- dijo mirando hacia todos lados. Entró a su cueva y sacó una bolsa de allí. Con sus pequeñas manos comenzó a guardar los colores dentro de ella, dejando a la primavera con tonos acromáticos. Primero guardó los colores del bosque. Desde los animales, que tristes quedaron, hasta las pequeñas flores que con sus tonos alegraban el lugar. Luego, sacó el azul del cielo y el hermoso amarillo del sol.

Habiendo terminado la hazaña, contento por llenar su bolsa se dispuso a ir a dormir a su cueva. Pasando por unos arbustos se le enganchó la bolsa y un agujero le quedó sin que se diera cuenta. Como estaba muy lejos de su hogar, se subió a un pájaro y voló. Mientras llevaba la bolsa colgando de su hombro, ésta perdía los colores por el agujerito que se había hecho.

Cuando llegó a la cueva, vio que la bolsa estaba vacía. Al mirar hacia el cielo pudo ver que una enorme cinta de colores se había formado. Como observó que era muy bella, no pudo resistirse y se enamoró de los colores. Esta fue la primera vez que apareció el arco iris en el mundo.

Sebastián Saez