La rana que hacía llover

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Había una vez, en un pantano muy húmedo, una rana que tenía la capacidad de hacer llover con sus cantos. Esta rana era muy feliz. Siempre estaba saltando y riendo por todos lados, pero lo que más le gustaba hacer era cantar. Bellas melodías salían de su boca, pero eso siempre ocasionaba que lloviera. Cada vez que se paraba sobre una gran roca que quedaba cerca de su lodo favorito comenzaba a ejercitar su garganta para entonar, y de este modo las nubes se oscurecían y los grandes relámpagos se veían en el cielo. Cuando veían que Rimoldo, la rana, se acomodaba en la roca, todos los animales del lugar huían a buscar un refugio para protegerse de la lluvia que se aproximaría.

Rimoldo estaba feliz por su cantar y no le importaba que se mojara. Él siempre cantaba: “no hay que enojarse mis amigos/ por esta lluvia improvista/ que al fin y al cabo las gotas no lastiman”. Pero siempre había una lagartija malhumorada que le contestaba “no lastiman pero molestan. ¿A caso no te das cuenta que tú atraes la lluvia?”. Él nunca oía las ofensas, porque se concentraba en cada tono de su canción, lo que hacía llover con más fuerzas.

Una tarde que paseaba a los saltos por el pantano se encontró con todos los animales del lugar reunidos para darle un mensaje. “No quisimos llegar a esto, pero tenemos que decirte que te vayas de aquí. Ya no soportamos que tus cantos traigan la lluvia que tanto nos molesta.”, dijo una rata que representaba al grupo. Rimoldo se puso tan triste que comenzó a llorar y dando brincos se fue del lugar.

Los días pasaron y todos estaban contentos de que ya no lloviera más. Pero la alegría no les duro por mucho tiempo, ya que el sol comenzó a presentarse más seguido y las sequías comenzaban a atacar. Los charcos desaparecían al secarse, los pisos empezaban a quebrarse por la falta de humedad y las plantas no crecían más por falta de agua. Poco a poco empezaban a extrañar a Rimoldo. Ya ni siquiera las noches eran frescas, todos se lamentaban lo que habían decidido.

El camaleón se ofreció entonces a ir en busca de la rana que hacía llover. Recorriendo los lugares de la zona puedo encontrarla en un lago sobre una hoja de loto muy triste mirando hacia el agua.
Todos los habitantes del pantano se preguntaban si el camaleón tendría éxito en su búsqueda y sobre todo en convencer a Rimoldo que regresara a su antiguo hogar. Un día, vieron que la rana y el camaleón volvieron juntos. Los animalitos se pusieron contentos, pero Rimoldo seguía triste. Entonces prepararon una fiesta sorpresa para la rana cantante. Una fiesta en donde cada animalito entonaba una melodía diferente, haciendo todos juntos un coro.

Rimoldo se puso tan contento con aquella sorpresa que comenzó a cantar nuevamente y la lluvia retornó al lugar. “Rimoldo, perdónanos por lo que te dijimos, fuimos unos tontos”, dijo la rata que volvía a representar al grupo. La rana los miró y con una gran sonrisa los invitó a que siguieran cantando junto a él, bajo la lluvia que no ha de doler.

Sebastián Saez

1 comentarios:

  1. Anónimo

    quiero saver como narrar este cuento yo narre este cuento como la rana que no deja de molestar